Javier Milei llora. Es una situación en la que se suele encontrar el libertario. Desde que se convirtió en Presidente se lo vio lagrimeando, a moco pelado, en varias oportunidades. El día de su asunción, en el viaje al Muro de los Lamentos en Israel, la noche del aniversario de Hanuká, o cuando un granadero le hizo un regalo en su cumpleaños, por nombrar solo algunos episodios. Al economista se le hace imposible contener las emociones fuertes.
El 24 de junio de 2023 Milei repitió esa costumbre. En aquella ocasión no estaba contento o tocado por el momento, sino todo lo contrario. Tenía algo parecido al miedo. Por un lado, los gritos de Victoria Villarruel eran ensordecedores. Aunque el perfil que muestra en público es uno de tipo rudo que despotrica y se planta ante cualquiera, en la intimidad está bien lejos de esa pose. Villarruel, por otro lado, es exactamente lo contrario. Y ese día estaba hecha una fiera. Ese era el otro motivo por el cual el economista tenía tanto temor: faltaban horas para el cierre definitivo de las listas para las elecciones y su compañera de fórmula le anunciaba que se bajaba del barco.
“Tomá, querés la vicepresidencia, quedátela, no me interesa más”, escupía la entonces diputada, casi atragantándose con la bronca. La abogada había encontrado infiltrados del peronismo residual en la boleta que coprotagonizaría, dirigentes oxidados a los que su propio espacio llamaría “la casta”, y no sólo eso: estaba convencida de tener las pruebas suficientes para ver una maniobra espuria detrás de esta movida. Villarruel apuntó con nombre y apellido a Carlos Kikuchi, el entonces monje negro del frente, pero había un elefante flotando en la habitación. El operador estaba bajo las órdenes de Karina, y a acusar a uno era igual a acusar a la otra, aún sin nombrarla.
Ante el griterío, la amenaza inminente y las denuncias, Milei permanecía en su silla, como un niño retado por una profesora en plena clase. Entre lágrimas, “el León” sólo atinaba a balbucear “por favor, Victoria, por favor”.
Aquel día algo se rompió para siempre entre Milei y Villarruel. Eso es, al menos, lo que intenta instalar ahora Santiago Caputo. Desde que el Presidente salió a declarar, en una cómoda entrevista en televisión, que la vicepresidenta estaba fuera de “la toma de decisiones del Gobierno” y “más cerca de la casta”, el asesor estrella se encargó de hacer correr esa versión. “Tal vez extorsionar amenazando con bajarse el día de cierre de listas no haya sido el mejor curso de acción”, subió poco después de la entrevista @mileiemperador, cuenta adjudicada a Caputo. Fue una idea que también repitieron sus alfiles desde la Casa Rosada, aunque todos ellos prefirieron omitir la parte del libertario lagrimeando y en crisis nerviosa.
Lo curioso del caso es que ni el villarruelismo ni otros testigos presentes en aquella jornada niegan lo sucedido. Aunque todos -incluso los que no reportan a Villarruel- le bajan un tono: dicen que fue un intercambio agitado de los que suelen suceder en esos momentos intensos, pero que no pasó de eso.
De cualquier manera, está claro que la verdad histórica ya poco importa. Aquella fue una de las tantas maldades que se propinaron Milei y Villarruel, estocadas al límite que fueron desgastando un vínculo entre quienes se presentaban ante el mundo como “amigos”, y que terminó con el Presidente rompiendo con su vice en público y sin previo aviso. Es una guerra que tiene de todo -gritos, traiciones, golpes, amenazas, llantos-, salvo paz.
Génesis
Si hipnotizaran a Mario Russo, el estratega de la campaña de La Libertad Avanza en el 2021 e ideólogo de la aparición de Villarruel como compañera de fórmula en aquella primera elección, diría que no está para nada sorprendido. Que él armó una fórmula para llegar a la Cámara de Diputados, pero que era imposible que ese binomio pudiera resistir a la presión de un rol en el Ejecutivo. Russo, que tiene varias campañas y algunos libros encima, diría que desde el vamos esa dupla no podría funcionar: una es profundamente nacionalista y el otro un anarcocapitalista convencido. Y que ambos entraron a la política para hacer ruido.
Sin embargo, los problemas arrancaron mucho antes del 10 de diciembre del año pasado. Villarruel ya en la campaña del 2021 había amenazado con bajarse de la candidatura, un anticipo de lo que sucedería dos años después. En aquel momento su bronca era porque no se sentía respetada por la mesa chica -por ejemplo, hubo un acto en San Telmo que se suspendió cuando ella ya estaba ahí, sin que nadie le avisara-, y porque tenía que costear toda su campaña de su propio bolsillo. Algunos en el espacio marcan la génesis de los problemas entre Karina y Villarruel en aquel momento: hubo una reunión entre ambas, pedida por la futura vice, en la que solicitó unos pesos para costear banderas y flyers. La hermana rechazó el pedido de mala manera y, según algunos, la marcó: no le gusta que nadie quiera meter los dedos en la caja que maneja.
El tiempo no puso las cosas en su lugar. Este medio contó cómo fue la trastienda de la decisión de Milei de poner, a espaldas de su hermana, a Villarruel como compañera de fórmula en el 2023. Cuando se enteró Karina -que, a sabiendas de que podía llegar a eso, había impulsado a cualquier otra candidata, como Viviana Canosa o Diana Mondino– ardió Troya. Acusó al menor de la familia de “traicionarla” y, luego de una pelea a los gritos, estuvo varios días sin hablar con él. Y no se quedó ahí: en el primer acto que hubo luego de que Milei y Villarruel cerraran aquel acuerdo, en Pinamar en enero de aquel año, mandó a Juliana Santillán y a Carolina Píparo a sacar de la primera línea de la caminata a la futura vice. Las dos mujeres, hoy diputadas, hicieron lo que les habían ordenado. A toda costa, lo que incluyó dos cortos de Santillán a la espalda de Villarruel y también un pisotón. La entonces candidata se fue de la recorrida hecha una furia, aunque sin estar sorprendida: sabía que Karina la quería fuera de todo.
En este clima transcurrió todo el año pasado. Para el cierre de listas la explosión, que hoy Caputo denuncia como amenaza, era más que previsible, casi buscada se podría decir. A Villarruel no sólo la habían corrido de cualquier lugar de decisión y maltratado hasta con golpes, sino que también había sido ninguneada en el armado: no pudo colocar ni un solo concejal en todo el país, y sólo le permitieron poner a Guillermo Montenegro, su entonces mano de derecha, de diputado nacional. Ya en el Gobierno, esa realidad se extendería a toda la botonera del Estado. No hay en ningún área, ni ministerio, secretaría, subsecretaría o empresa descentralizada, ni una persona que responda a la vice. Eso fue gracias a otra de las traiciones que se propinaron: Milei le había jurado, en una reunión mano a mano, que le daría el control del área de Inteligencia y de los ministerios de Defensa y de Seguridad, algo que había llegado a decir también en público. Pero las fuerzas del cielo actúan de maneras misteriosas y tenían otros planes.
Para la fecha de la victoria electoral, la relación entre Villarruel y la mano derecha e izquierda de Milei estaba dinamitada. La futura vice había movido fichas en esos días: se ausentó de los escenarios de cierre de campaña en Buenos Aires y en Rosario, y en vez de estar en el último de estos lugares con el resto del espacio armó, sin avisar, una caminata en la Ciudad. Con ella como protagonista, estrenó sello y logo propio (una “V” rosa, por su nombre, sobre un fondo azul) en varias banderas.
Fue la gota que rebasó el vaso. Para el día en que ganaron las elecciones a Villarruel no le permitieron subir al escenario en el que habló Milei, y en esa jornada no lo nombró ni una sola vez. El 10 de diciembre, cuando el libertario asumió la presidencia, la escena se repitió: la vice fue hasta el atril donde estaba por dar su discurso el economista, de espaldas al Congreso, y descubrió que no había un asiento designado para ella. La transmisión oficial llegó a mostrar la espalda de la abogada, mientras se retiraba hecha una furia. De cualquier manera, todo estaba por empeorar aún más.
Desenlace
El Gobierno no llegó a cumplir un año antes de la estocada final de Milei a su vice. En ese tramo pasó de todo. Villarruel llamó “Jamoncito” en una nota al libertario, se plantó frente al Gobierno en temas sensibles como Malvinas y en una polémica por un canto racista de la Selección a un jugador francés -lo que terminó con otro cruce público con Karina, que fue a la embajada de Francia a pedir disculpas con la intención explícita de dejar a la otra en offside-, pegó faltazo al acto por el Pacto de Mayo en Córdoba, la dejaron fuera de las fotos oficiales de Presidencia en otros eventos, cruzó coqueteo ante las cámaras con un opositor como el senador José Mayans, criticó con dureza a Ariel Lijo, y fue acusada por la vocera informal de Karina, Lilia Lemoine, de una tonelada de cosas, desde estar detrás de la visita de diputados oficialistas a los represores en Ezeiza o del aumento antimotosierra de las dietas de los senadores, a conspirar activamente contra el Presidente.
Caputo también metió la cuchara acá, el día en que Karina fue a la embajada de Francia para desairar a Villarruel. Ahí las redes libertarias se dividieron en los apoyos a las mujeres, y en eso se destacó un influencer libetario, @tanogiuliani, que apoyaba a la vice y que recibió lo que parecía un ataque coordinado de un ejército troll. El tuitero acusó a Caputo, que le respondió desde una cuenta que se le adjudicaba: “Si te hubiera mandado a alguien estarías callado, sigan por este camino y los vamos a romper. No tolero la disidencia interna”.
Esto fue sólo lo que se exhibió ante los ojos de todos. En privado, hubo otras trapisondas. Algunas son casi una leyenda en el oficialismo: una reunión de Gabinete de principios de año en la que Karina no dejó entrar a Villarruel por llegar, literalmente, dos minutos tarde, u otra en la que Milei se retiró justo antes de entrar cuando se enteró que estaba Villarruel. Este es un punto en el que cerca de la vice insisten: dicen que es falso que ella dejó de ir a esos eventos, como declaró el Presidente, sino que la forzaron a dejar de ir. Desde la Rosada, en cambio, tienen un largo anecdotario de reproches.
Cuestionan que la vice solo apareció este año para reforzar su figura pero nunca para defender al Gobierno en temas más incómodos, y en especial le achacan intentar construir un espacio personal propio. En este cruce es donde aparecen los fantasmas de su relación con Mauricio Macri. Del lado de la vice niegan cualquier conspiración, y ponen como prueba sus propios fantasmas: aseguran que Karina tiene intervenido los celulares de ella y de su equipo, y que hasta la seguridad personal de Villarruel reporta a la hermana. “Si nos hubiéramos reunido con Macri se enteraban a los dos minutos”, dicen.
De hecho, es por el lado del espionaje que sospechan que vino el cruce final de Milei. Es que en ese entorno juran que la vice ni en privado habló mal del Presidente, pero no así de Karina. De hecho, en esa misma nota el libertario habló de “mi hermana, la repostera que no sabía nada de política y mirá dónde nos puso”. ¿Será así como Villarruel se refiere a la menor de la familia en privado? ¿Se enteró de ese apodo Milei y eso fue lo que lo hizo explotar? Al día siguiente de esa entrevista, el economista posteó una foto con su hermana y un mensaje cifrado, que pareció confirmar las presunciones: “La historia hará honor frente a tantas OFENSAS”, en mayúscula. De cualquier manera, esta historia recién empiezan. Todavía faltan tres años y muchas maldades mutuas más.