«La cuestión política la maneja mi hermana. Con Guillermo Francos y Santiago Caputo se ocupan del tema político (…) Marra estuvo desconectado del espacio, por eso lo ejecutaron. Dicen que mi hermana tiene una guillotina y sí: la usa cuando alguien se aleja de lo que define el espacio», reconoció hoy Javier Milei en entrevista con Antonio Laje en su regreso a la pantalla de A24.
El presidente hablaba así de cómo impone autoridad su hermana, en sintonía con la más reciente portada de NOTICIAS: “Karinus”. Es que si hay una imagen que sintetiza el poder de Karina Milei dentro del Gobierno, es la del pulgar hacia abajo.
Mientras el presidente Javier Milei es reconocido por su pose con los dos pulgares arriba, su hermana se ha convertido en la ejecutora de las purgas internas, al punto de que en su círculo ya se la compara con un Robespierre moderno. La metáfora no es casual: el régimen de terror que dominó la Revolución Francesa encuentra ecos en el método de conducción que la secretaria general de la Presidencia impone en el Gobierno.
No es solo un apodo. Es el propio Presidente quien reconoce que es Karina quien maneja la política dentro de la administración, junto a Guillermo Francos y Santiago Caputo. Lo sucedido con Nicolás Posse es una prueba de ello. Exjefe de Gabinete y durante años uno de los pocos amigos de Milei, terminó eyectado del Gobierno de la peor manera: humillado públicamente, ninguneado en reuniones y finalmente ignorado en la ceremonia del 25 de mayo. La ejecución política de Posse es solo una entre tantas.
El miedo domina los despachos oficiales. Ministros y funcionarios temen ser los próximos en la lista de descartados. Las purgas se suceden con regularidad: en los primeros seis meses de Gobierno, 32 funcionarios fueron despedidos, un promedio de una baja cada cinco días. La guillotina no discrimina: desde ministros hasta asesores de segunda línea, todos están bajo la mirada implacable de Karina Milei.
El caso de Posse no es el único ejemplo de este modus operandi. Guillermo Ferraro, exministro de Infraestructura, fue acusado de filtrar información que no había filtrado. Osvaldo Giordano, exdirector de la ANSES, se enteró de su despido por un tuit del Presidente. Omar Yasín, exsecretario de Trabajo, vio su salida anunciada en vivo por Milei en televisión. Aliados históricos, como Ramiro Marra y Oscar Zago, sufrieron el destrato de la cúpula libertaria.
La lógica de las purgas es clara: la lealtad es absoluta o la caída es inmediata. Karina Milei no solo descabeza funcionarios, sino que se asegura de que sus despedidas sean públicas y humillantes, un mensaje para los que quedan. Su influencia no se limita a la administración diaria: ya trabaja en la consolidación de su propio poder dentro del espacio libertario, con la vista puesta en las elecciones de 2025 y, más allá, en la posibilidad de una fórmula Milei-Milei en 2027.
El hermetismo y la paranoia refuerzan el miedo. Pocos acceden al Presidente, cuya agenda es cada vez más opaca. La lista de visitantes a Olivos revela que la mayoría de los ministros no pisan la residencia presidencial. Las reuniones de Gabinete se han vuelto esporádicas y la distancia entre Milei y su equipo se amplía. Mientras tanto, las sospechas de traición flotan en el aire. Cualquier filtración, cualquier mínimo gesto fuera de lugar puede ser interpretado como un intento de conspiración.
Karina Milei ha convertido el terror en una política de Estado. La humillación pública, la purga permanente y la desconfianza sistemática son las reglas que rigen la administración libertaria. En un Gobierno que se considera a sí mismo revolucionario, la hermana del Presidente se ha convertido en la guardiana de la ortodoxia. Y su pulgar hacia abajo sigue decidiendo quién sobrevive y quién cae.