La activación del Sistema de Defensa Planetaria por un asteroide peligroso estimuló titulares tremendistas en los medios de comunicación. Es cierto que hay una roca espacial de entre 50 y 100 metros, cuya órbita podría coincidir con la nuestra dentro de ocho años, en el 2032.
Pero no hay porqué alarmarse tanto. La probabilidad de una colisión real contra la tierra es muy remota. Calculan de un 2%, que es como pedir que alguien saque de un saco con 100 fichas (2 rojas y 98 azules), una roja sin mirar. Está probabilidad de impacto correspondería a un nivel de riesgo de alrededor de 3 o 4 en la Escala de Turín, lo que indica un riesgo bajo pero no despreciable. Por eso la NASA activó la vigilancia planetaria, con la idea de seguir de cerca la trayectoria del asteroide 2024 YR4 durante los próximo cuatro años.
Este objeto es de particular interés por dos razones: uno, es lo suficientemente grande como para ocasionar daños, en el remoto caso que choque con la Tierra y dos, superó el umbral de probabilidad de impacto del 1%, lo cual justifica su seguimiento.
Es importante destacar que esta probabilidad no es una certeza, sino más bien una estimación basada en los datos disponibles y las técnicas de cálculo utilizadas. De hecho, la probabilidad de impacto puede cambiar a medida que se recopilan más datos y se refina la órbita del asteroide. A medida que se obtengan más observaciones, se conocerá mejor la probabilidad de su impacto. Es posible que se descarte el peligro de impacto o que aumente.
El 2024 YR4 provendría del cinturón de asteroides ubicado entre Marte y Júpiter. El Centro de Planetas Menores lo notó por primera vez el año pasado y dio aviso al Sistema de Última Alerta de Impacto Terrestre de Asteroides (ATLAS, en Chile), un organismo financiado por la NASA.
Tarda cuatro años en dar la vuelta al Sol y, según estiman los especialistas, hay una remota chance que su órbita se cruce con el de la tierra en ocho años, según los cálculos actuales. Sin embargo, vamos tener que esperar cuatro años para saber mejor que va pasar en el 2032. «En el 2028 se va tener una proyección más certera de su trayectoria, cuando pase otra vez cerca de la Tierra», comenta Javier Gómez, astrónomo y director del Planetario de Sierra de la Venta (Ciasive).
Todo lo que podría pasar
Gómez nos ayuda a bajar los pies a la tierra. Explica que «todo es variable. Que la trayectoria del asteroide puede general un cambio en el futuro». Enumera que puede colisionar con otro asteroide o que su trayectoria podría ser influenciada por la fuerza gravitatoria de otros planetas, o por la energía del Sol.
«Existe el efecto Yarkovsky, que es la radiación térmica que emite el asteroide por la luz solar, lo que puede generar un pequeño empuje y cambio de trayectoria«. También señaló que este objeto podría «erosionarse» en el camino, cada vez que se acerque a nuestra estrella.
«Cuando se calienta se aliviana. Cuando un cometa pasa cerca de Sol se sublima, se gasta, se ioniza. Termina siendo un núcleo chiquito. Y si pasa muy cerca, puede desviarlo», agrega.
También señala otra cosa más. Recuerda que si llegara a caer en la Tierra –algo poco probable–, al ingresar a la atmósfera, «se quemaría parte del objeto y caería con una dimensión más chica».
Sin embargo, agrega que aún así, «si llegara a caer en una ciudad, podría hacer un daño bastante importante».
Además de todas las cosas que podrían ocurrirle al asteroide en los próximos ocho años, tenemos cómo defendernos. En el 2022, la NASA –bajo el nombre misión DART (Double Asteroid Redirection Test)– hizo colisionar una sonda contra el asteroide Dimorphos. La nave impactó contra objeto a una velocidad de unos 21.600 kilómetros por hora y logró desviarlo de su órbita principal. Así se demostró que la tecnología de impacto cinético es una técnica viable para defender la Tierra de asteroides.
«Lo único que tenemos que hacer es correrlo un par de grados, eso después se traduce en millones de kilómetros en su trayectoria futura», comenta Gómez.
El telescopio James Webb (el más avanzado del mundo) también seguirá al asteroide en su órbita. «Hoy contamos con mejores herramientas para determinar la ubicación de estos objetos. Lo cual nos da ventaja con respecto al tiempo de reacción», agrega el astrónomo.
Efectos de una colisión
En el plano ya de la imaginación, Gómez especula cómo sería el impacto de este objeto en el caso remoto de que colisione con la tierra. «En ese caso, una asteroide de 50 metros (el mínimo tamaño que podría tener el 2024 YR4), provocaría un cráter de 200 metros de profundidad y un kilómetro de diámetro, aproximadamente. Y podría liberar una energía de 5 megatones, es decir, 350 bombas de Hiroshima«.
Según la evaluación de los científicos, si este asteroide chocara con la Tierra, el lugar del impacto probablemente se encontraría en algún lugar del norte de Sudamérica, al otro lado del Océano Pacífico, el sur de Asia, el Mar Arábigo o el África subsahariana.
Gómez agregó que «el 70% del planeta es agua, hay más presunción que caiga en el agua». En ese caso, podría causar un tsunami entre 12 y 20 metros. «La buena noticia es –si esto ocurriera– tenemos tiempo para evacuar estos lugares antes de que caiga».
El caso Ruso
No es la primera vez que se detectan asteroides peligrosos. En los últimos años se monitoreó de cerca varios objetos que, en su momento, se creía que podrían pasar peligrosamente cerca de la Tierra. Finalmente, con el correr del tiempo y mejores cálculos, se desestimó su peligro.
No obstante, a pesar de toda esta vigilancia, a veces se escapa alguno. Fue el caso del bólido de Cheliábinsk. Cayó en 15 de febrero de 2013, cerca de una ciudad rusa del mismo nombre. El meteoroide sobrevoló varias provincias e impactó a 80 km de esa ciudad. El bólido liberó una energía de 500 kilotones, treinta veces superior a la bomba nuclear de Hiroshima, y explotó aproximadamente a 20.000 metros de altura.
En cuanto a daños, informaron que unas 1.491 personas resultaron heridas (de las cuales más de 100 tuvieron que ser trasladados a hospitales). La mayoría de ellas debido a la onda expansiva producida por la explosión, que provocó el destrozo de ventanales, cristales y daños materiales en edificios.
MG