Sandra Elaine Allen nació el 18 de junio de 1955 en Illinois, Estados Unidos, y a una edad muy temprana su familia descubrió que algo no andaba bien con ella. Su estatura sobrepasaba los límites promedio y no paraba de crecer. Sandy, como se la conoció popularmente, superó la discriminación escolar y gracias al reconocimiento del libro de los récords Guinness por ser la mujer más alta del mundo -con 2,31 metros-, se convirtió en una estrella del cine, escritora y defensora de las minorías sociales.
La altura de Sandy se debía a una enfermedad conocida como gigantismo acromegálico, causada por un tumor instalado en la glándula pituitaria que le hacía liberar más de la cantidad promedio de hormonas del crecimiento. Por ese motivo, sus extremidades aumentaban su longitud sin un freno.
En su niñez atravesó diferentes dificultades familiares. Desde muy pequeña se instaló con su mamá, su hermano y su abuela en Shelbyville, Indiana, donde desarrolló gran aparte de su vida.
La primera vez que prestaron atención a su gigantismo fue cuando todavía tenía tres años. En esa ocasión, un agente de seguros la vio en la vereda de su casa y le reprochó que no estaba en la escuela. En ese entonces, su madre la llevó a una observación médica donde le detectaron el tumor.
Según el relato del sitio oficial del Guinness World Records, cuando la mujer cursaba el segundo año de la secundaria, ya medía 2,10 metros. Su apariencia fue motivo de discriminación, de burlas y exclusión. No tenía amigos y nadie se le acercaba, solo para señalarla y reírse de su deformidad.
“Estaba muy deprimida. Casi dejé la escuela, pero luego decidí ignorar a los chicos que se burlaban de mí. Puedo entender las miradas, pero lo que realmente me dolía es cuando la gente se quedaba ahí parada y se reía”, contó Sandy Allen.
En 1977 y con 22 años de edad superó los 2,31 metros y por ese motivo los médicos decidieron intervenir con una cirugía de urgencia. De otro modo, hubiera alcanzado una medida mayor. Cabe destacar que por culpa del tamaño de toda su musculatura, el organismo no llegaba a soportar el peso de sí mismo, los órganos no funcionaban de manera adecuada y el deterioro físico se aceleraba más rápido que en una persona de estatura promedio.
Lo cierto es que para ese año, Sandy Allen ya era considerada la mujer más alta del mundo. En 1974, cansada del bullying escolar, de las miradas y críticas ajenas, le escribió una carta al World Guiness Records en donde enfatizó su malestar y la necesidad de atención. Ella buscaba ser famosa para así, tal vez, tener amigos verdaderos.
Escribió en su carta: “No hace falta decir que mi vida social es prácticamente nula y tal vez la publicidad de su libro pueda alegrarme la vida”. Ese fue el inicio de una nueva vida, incluso lejos de la oficina de la Junta Estatal de Salud Animal de Indiana, en la cual ejercía como taquígrafa.
Por el reconocimiento mundial, le llegaron propuestas para aparecer en el cine. En 1976 trabajó en Fellini’s Casanova, como Angelina, la gigante, y luego como Goliatha en la película para televisión Side Show de 1981. Incluso participó de diferentes documentales y especiales como Being Different y Extraordinary People, en los que habló sobre su estilo de vida y concientizó a los espectadores.
Hasta la banda de música neozelandesa Split Enz escribió una canción en su honor -“Hello Sandy Allen”- que relata su propio padecimiento. La misma se incluyó en el álbum Time & Tide y cuando uno de los miembros del grupo musical habló arriba del escenario sobre la mujer, la describió como “increíble”.
La fama le permitió alzar su voz para contar el verdadero trasfondo de ser una persona gigante. Es por ello que lanzó su libro autobiográfico, Cast a Giant Shadow, con el que se convirtió en una referente para otros enfermos de iguales características.
En 1975, la ciudad de Flora, en Illinois, proclamó el Día de Sandy Allen en honor a la mujer y como un gesto por el cariño que se merecía de los habitantes. Su amor por el prójimo siempre fue mayor al odio que recibió. Solía sacarse fotos con la gente en la calle y hasta se reía con los niños.
En sus últimos años de vida, su cuerpo no pudo soportar el peso, por lo que se instaló en un asilo de ancianos. Ya no podía caminar, por lo que tuvo que usar una silla de ruedas para desplazarse. Curiosamente en ese sitio vivió con Edna Parker, la mujer más anciana del mundo en ese entonces.
El 13 de agosto de 2008, a la edad de 53 años, Sandy Allen murió. Según se conoció más tarde, sufrió de una infección sanguínea a causa de la diabetes tipo 2 y de una insuficiencia renal y respiratoria.
Su legado se inmortalizó en su libro y las entrevistas que ofreció para diferentes medios de comunicación de Occidente. El mensaje de aceptación propia caló hondo en cada lugar que vistió. Promocionó el amor, la empatía y la unión por fuera de la discriminación que tanto había sufrido de joven.