jueves, 5 junio, 2025
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Newells, Central y los pibes en el país del odio

Los clubes de fútbol se fundaron para que los chicos jueguen, se diviertan y aprendan a interactuar con otros chicos, de la misma edad, tamaño y diferente camiseta o distinto barrio. En líneas generales, y más allá de cómo evolucionaron después, eso fue lo que pasó a fines del siglo XIX y a principios del siglo XX con River Plate, Palermo, Platense, Sportivo Barracas o los cientos de nombres que a lo largo y a lo ancho del mundo fueron naciendo. Unos en una plaza, otros en una pelea, otros en la calle, aquel en un lugar de reunión indeterminado.

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Newell’s Old Boys de Rosario no fue la excepción, pero su particular historia y su nombre están para siempre ligados con Isaac Newell, una especie de Domingo Faustino Sarmiento que fundó el colegio Comercial Anglo Argentino. Se trató de la primera institución educativa en Rosario no exclusivamente católica, con un internado para chicos y sin distinciones de raza, clases sociales ni credos. Allí don Isaac enseñaba a practicar y a disfrutar del fútbol. Como tantos otros, exaltaba el valor del juego colectivo, el respeto al adversario y la habilidad como recurso fundamental para ganar partidos y campeonatos.

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Pero en esta bendita Argentina, país donde todo el tiempo “pasan cosas”, tenemos, por estos días un claro ejemplo de que estamos perdiendo una batalla cultural donde vamos dejando atrás el país de la fraternidad y las oportunidades para convertirnos en el país del odio.

Se supo por estas horas que la Escuela Malvinas Argentinas, dependiente del club Newell’s Old Boys, sancionó con una “medida ejemplificadora” a seis chicos de nueve años: tres meses de inactividad y la quita de la beca que tenían. «Se les quitó la beca, pero todo fue consensuado con los padres que estuvieron de acuerdo con la medida», confirmó al medio rosarino La Capital, el coordinador del predio, Carlos Panciroli, ex arquero campeón con Newell’s.

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Hasta aquí, una medida disciplinaria de la institución educativa que nadie podría cuestionar. Pero ¿cuál fue el delito grave que cometieron estos pibes de nueve años que sueñan con jugar al fútbol? Se tomaron una foto con Ignacio Malcorra, jugador de la primera de Rosario Central, rival de la ciudad de los rojinegros de Newell’s.

La foto la sacaron hace unos meses en la localidad santafesina de Funes. Fue cuando los chicos en cuestión fueron a jugar, repito, a jugar, un partido entre Newell’s y Defensores, donde juega el hijo de Malcorra. Los pibes, como cualquier chico de esa edad, vieron un jugador profesional que cumplió su sueño de jugar en Primera, de salir en los medios y de aparecer en las figuritas y se sacaron una foto como recuerdo inocente, sin pensar que estaban trasgrediendo alguna ley o norma de algún reglamento ignoto. Pero en estos días del país del odio en que nos estamos convirtiendo, se ve que a estos pibes y a sus familias les tienen que caer sobre sus cabezas todo el rigor de la sanción.

¿Qué pensaría en una situación así don Isaac? ¿O César Luis Menotti, reconocido centralista que no dudó en trabajar en Newell’s? ¿Cuándo la rivalidad entre dos equipos nos volvió tan insólitamente agresivos? ¿Cuánto tendrá que ver la violencia de los barras –que nada tienen que ver con el amor al fútbol- en sus disputas territoriales para sus negocios fuera de la ley? ¿Cuánto habrá de la famosa grieta que divide a la sociedad argentina? ¿Cuánto de la violencia verbal que soportamos a diario de un tiempo a esta parte de los más altos mandos políticos?

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El fútbol es otra cosa, mucho más sana, pura y divertida. El fútbol genera amistades, y a lo sumo, rivalidades que se dirimen jugando en la cancha, en la que al rival del barrio o al de turno, le queremos ganar, pero no se trata de una guerra en la que el adversario pasa a ser un enemigo al que debemos destruir por nuestra propia supervivencia. ¿Es necesario aclarar todas estas obviedades en el año 2025?

Se ve que sí, las autoridades de la escuela Malvinas Argentinas todavía no lo entendieron y creerán que una camiseta y un escudo de fútbol son un uniforme militar que hay que defender del supuesto enemigo centralista. «Los chicos son las víctimas porque la foto la generaron los padres. Esto que se decidió es un correctivo interno para que no se repitan estos errores de subir fotos. Cada uno puede hacer lo que quiera, pero no con la ropa de Newell’s. Hay que respetar el escudo, la camiseta y por eso debíamos sentar un precedente», argumentó Panciroli sobre la sanción aplicada a seis chicos de 9 años «con aceptación de los padres», insistió en el citado medio.

Esta medida ejemplificadora, las canchas sin visitantes y con barras del mismo club enfrentadas a muerte hasta en los cantitos, el peligro de caminar con una camiseta distinta en un barrio “con aguante” se volvieron moneda corriente en esta Argentina del odio. Se volvieron parte de la educación de pibes que un día van a concluir (ojalá sólo sea una exageración de este cronista) en que “Hay que matarlos a todos”.

Insultar al que piensa diferente, reprimir a quien se manifieste en la calle o creer que el honor de una camiseta de fútbol debe ser cuidado como si fuera la bandera de la patria en una guerra contra el enemigo invasor son ejemplos de un país en llamas. Cuántos malditos casilleros hemos retrocedido en la idea de tener una convivencia pacífica, en el fútbol, en la vida y en la sociedad.

EM

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