En otra paradoja típica de la política argentina, el paro general convocado por la CGT le vino a Javier Milei como un alivio y no como una señal de preocupación. Primero, por la floja adhesión de la medida, algo que ya se daba por descontado debido a la actividad normal del transporte colectivo. Pero, además, porque este es el tipo de jornadas que le permiten a los «libertarios» polarizar con el kirchnerismo y revivir la mística de su base de apoyo electoral.
Entre la volatilidad de la economía y una sucesión de errores políticos, la imagen de Milei había sufrido una erosión. Una expresión elocuente de ello fue la sucesión de derrotas en el Congreso -entre las que destacaron el rechazo del Senado a los jueces de la Corte Suprema nombrados por decreto y la conformación en Diputados de una comisión investigadora por la estafa de la criptomoneda Libra-. En ese marco, el oficialismo no solamente recibió el ataque del kirchnerismo, sino también el de aliados del espacio de centro.
Por eso, un paro general convocado por una desprestigiada CGT le resultó funcional a Milei para reforzar la fidelidad de su base electoral. Le permitió, por ejemplo, al jefe de gabinete, Guillermo Francos, que el paro era la expresión de los sectores retrógrados que se niegan a perder privilegios y por eso se oponen a la agenda reformista de Milei.
Es un efecto que ya se había vivido en la jornada violenta de la protesta por las jubilaciones, cuando la exhibición de fuerza de la ministra Patricia Bullrich despertó el elogio de los sectores partidarios de la «mano dura».
Y en la jornada del paro de la CGT, estaban dadas todas las condiciones como para que el gobierno saliera beneficiado: el funcionamiento normal de los colectivos y del comercio le permitían mostrar las imágenes de un día de trabajo normal.
Paro de la CGT: crisis de representatividad en el sindicalismo
Y tanto fue así que resultó indisimulable la fisura que se vive en el sindicalismo, tanto por la clásica disputa interna del poder como por la cada vez más evidente crisis de representatividad.
De hecho, el tema más comentado en los medios afines a la oposición fue la dificultad de convocar a un paro a los trabajadores que no están en situación de dependencia y protegidos por un convenio.
La estadística marca que entre cuentapropistas y monotributistas suman unos tres millones, lo que equivale a la cuarta parte de los trabajadores en la estadística oficial. Hay, además, un extenso número de empleados que hacen «changas» en la absoluta informalidad, lo que lleva a que el tradicional trabajo asalariado -con aportes jubilatorios y cobertura social- sea de apenas 46% del total.
Es por eso que ante cada paro se está haciendo costumbre que los medios reflejen testimonios de trabajadores de las nuevas modalidades laborales, como los deliverys con locomoción propia y por contrato de monotributo, que responden a las consultas de los movileros de TV con la irrefutable frase de «si no voy a trabajar, no cobro el día».
Es decir, se acusa a la CGT de no haber encontrado la forma de llegar a los trabajadores de las nuevas ocupaciones de servicios derivados del cambio tecnológico, y de continuar aferrada a una agenda de derechos que representa a una porción cada vez menor del universo laboral.
Para colmo, hasta se constataron problemas en un sector altamente sindicalizado como el de los trabajadores estatales: hasta en provincias peronistas, donde el empleo público tiene peso determinante, se avisó que habría descuento para quienes adhiriesen.
Un paro de los gremios, pero con desgano
El resultado, entonces, fue el que todos preveían: paralización en aquellas actividades dominadas por sindicatos grandes y con poder de presión -los bancos, la logística, la administración central, la industria petrolera, el transporte ferroviario-, mientras que en el comercio, las empresas pequeñas y todo el universo con baja penetración del sindicalismo, la actividad fue casi normal.
El propio Héctor Daer terminó admitiendo tácitamente esa situación al destacar que una victoria política de la jornada sindical había sido la paralización de Vaca Muerta, el nuevo motor de la economía nacional.
Las expresiones de los directivos de la CGT en la conferencia de prensa de evaluación eran elocuentes sobre la falta de motivos de euforia. Pero, sobre todo, el desgano que exhibieron los sindicalistas no estuvo tan provocado por la dispar adhesión, sino por la falta de convicción política que desde un inicio había marcado esta medida.
Es algo que queda claro si se compara este paro general con los dos previos. El primero se hizo en enero -una fecha inusual- y a pocos días de la asunción de Milei. El segundo en mayo, y ambos contaban con una agenda cargada de temas de peso: la reimplantación del impuesto a las Ganancias y las reformas contenidas en la primera versión de la ley Bases, que erosionaban ingresos financieros sindicales por las vías de los aportes salariales y por las obras sociales.
Es decir, había una determinación a dar una demostración de fuerza ante un gobierno recién asumido, que parecía dispuesto a tocar privilegios que datan de varias décadas. La situación deja en claro la realidad de la CGT: ya no representan a la base de la pirámide de ingresos, sino que su preocupación central estaba basada en los 800.000 asalariados del tope mejor pago, que quedaba afectado por el nuevo impuesto a las Ganancias.
En aquel momento, se hizo una dura advertencia a los legisladores y gobernadores peronistas para que no acompañaran el regreso de Ganancias. Y las medidas de fuerza se tomaron en contra de la opinión de Cristina Kirchner y Sergio Massa, que aconsejaban ir tomando medidas más gradualistas, para recién ir al paro general cuando se sintiera a pleno el malhumor social por la suba de tarifas.
Ahora, en cambio, la situación luce completamente invertida: son los políticos los que quieren exacerbar la protesta y polarizar con Milei, mientras los sindicatos están negociando paritarias que, en la mayoría de los casos, les permiten una recuperación del salario.
El paro al Gobierno a contramano de las estadísticas
El problema de la CGT -y la oportunidad en bandeja para el gobierno- es que este paro ocurre «a destiempo» de las estadísticas. Hace pocos días se conoció el nuevo censo de pobreza e indigencia, que marca una caída de 15 puntos, por el efecto de la baja de la inflación.
El 38,1% de pobreza para el segundo semestre de 2024 no sólo implicó una mejora respecto del récord de 52,9% que se había registrado en el primer semestre del año pasado -tras el pico inflacionario ocurrido en el arranque de la gestión de Milei- sino que, además, supone también una mejora respecto de la marca que dejó el gobierno de Alberto Fernández, que había sido de 41,7 por ciento. Como le gusta recordar al gobierno y sus partidarios, la CGT no convocó nunca a una protesta en los cuatro años de la gestión de Alberto.
También se registró una caída de casi 10 puntos en el índice de indigencia -el que marca la cantidad de personas que no pueden comprar una canasta alimentaria diaria para reponer nutrientes-, que ahora se ubica en 8,2%. También en este caso se mejoró el nivel heredado por la gestión peronista, que había dejado una indigencia del 11,2%.
Y a esto se agregan los datos de mejora de la actividad. En la jornada previa al paro se había difundido la estadística de febrero para la industria manufacturera -una mejora de 5,6% interanual y de 0,5% respecto del mes anterior. Y también la construcción, uno de los sectores que habían sido más golpeados por la recesión, mostró una recuperación de 3,7% interanual.
Favores de Estados Unidos y China para Javier Milei
Pero todo gobierno sabe que la verdadera forma de derrotar a un paro sindical es generar un hecho político que se transforme en la noticia del día y que termine opacando a la protesta.
Y lo tuvo, gracias a los dos contendores de la nueva Guerra Fría mundial: Estados Unidos y China.
Primero, el secretario de Finanzas estadounidense, Scott Bessent, confirmó su visita a Argentina para la semana próxima, algo que reavivó las versiones sobre una posible ayuda financiera bilateral -es decir, una línea crediticia separada de la que apruebe el FMI-, así como la concesión de beneficios en la nueva política arancelaria.
Y mientras el gobierno se ocupaba de que esa noticia subiera al primer puesto del ranking informativo en los medios y en las redes, apareció la otra novedad importante: el Banco Popular de China -equivalente al Banco Central- confirmaba la renovación por un año del swap de monedas -un tramo ya activado por u$s5.000 millones- que le permitió a Milei sostener las reservas.
En definitiva, una jornada a pedir de Milei: la CGT le ayudó a polarizar el escenario político justo cuando más lo necesitaba, y las buenas noticias del exterior lo ayudaron a disimular la volatilidad financiera de las últimas semanas.