viernes, 6 junio, 2025
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No podíamos tener miedo de contar miserias

Inició una nueva etapa como actor y hay dos espectáculos lo demuestran. Estrenó Sansón en las islas de Gonzalo Demaría, en el Teatro San Martín y durante mayo suma el unipersonal Caer y levantarse de Patricio Abadi y Nacho Ciatti, con dirección de Mey Scápola, sólo los lunes de mayo a las 21 horas, en El Picadero.

Llega a la entrevista muy puntual y es irreconocible detrás de sus anteojos: “No veo nada”, confesará con una sonrisa. Hoy el San Martín y sus compañeros de elenco de Sansón en las islas: Manuel Vicente, Vanesa Maja, Gonzalo Gravano, más los cantantes Constanza Díaz Falú y Fernando Ursino forman parte de su vida. Se emociona cuando se le recuerda a su maestro de actuación: Raúl Serrano y tiene palabras de elogio y admiración para varios colegas como Arnaldo André, Rodrigo de la Serna o Fernán Mirás.

—Debutaste con “Lo que habló el pescado”, de Gonzalo Demaría (2004) y arrasaste con todos los premios como revelación. Sos el intérprete que más textos le estrenaste a Demaría: ¿sos consciente de eso?

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—Sí, después llegaron Rita, la salvaje, Pequeño circo casero de los hermanos Suárez, Juegos de amor y de guerra y ahora Sansón… Con Gonzalo tenemos una gran amistad, él escribe a mi medida, como quien te hace un saco. Muchas veces cuando nos juntamos le cuento ideas que tengo en la cabeza, que para mí son hasta poco potables o ridículas, pero él es un genio y lo escribe. Le dije quiero volver a hacer teatro escrito por vos, aprovechemos este momento, que hoy somos quienes somos. En el 2004 tenía veinte y pico de años, estaba haciendo Los Roldán y estaba buscándome un lugar como actor. En este país que no es fácil, porque hay grandes actores y actrices.

—¿Te acordás de la Guerra de las Malvinas?

—Tenía ocho o siete años cuando pasó y todavía tengo sonidos e imágenes. Me pasa cuando escucho en la obra el audio con las voces de Fontana y Pinky. Cuando terminó el texto creímos que lo iba a dirigir Gonzalo y proyectábamos llevarla a un teatro independiente, pero surgió el llamado de Alberto (Ligaluppi) y supimos que el San Martín la había elegido. Como Demaría está en el Cervantes no podía dirigirla y nos propusieron a Emiliano, comprobé que lo bueno viene en frasco chico. Es un ángel, con una gran sabiduría. Tuve un proceso de ensayo muy físico y duro, ya tengo cincuenta años. Tengo las articulaciones muy lastimadas, por las lesiones de las que nunca me recuperé bien.

—¿Cuál fue el primer proyecto?

—Sansón tiene un proceso muy largo, le dije avisé a Gonzalo que me iba a juntar con Mey (Scápola) y le dije que quería hacer un unipersonal. Me encontraba en un lugar que no me iba a permitir crecer ni artísticamente, ni económicamente. Tampoco quiero ser ingrato, porque trabajé ocho años con Javier Faroni armando espectáculos y elencos. Me dio un lugar de privilegio absoluto y nos fue muy bien en lo comercial, con Desnudos, El beso y El divorcio. Fue un ciclo muy bueno, comercial y estaba embarcado, pero me di cuenta que no tenía más que eso e iba a seguir siendo protagonista.

—”Sansón en las islas” es una propuesta cuestionadora de la última dictadura.

—Nosotros con Gonzalo tenemos el mismo punto de vista en cuanto a lo que sucedió, por eso hicimos esta obra, que él escribió y yo interpreto. Lo vimos como el momento de hacerla, porque tenemos las cosas claras los dos de lo que queremos y lo que pensamos. En definitiva, es lo que pasó y el que quiere pensar lo contrario que lo piense, para eso está la libertad y la democracia que tanto nos costó recuperarla. Nosotros no estamos acá para ser jueces de la historia, estamos contando una parte de la historia. Ahora no hablar y hacer que no pasa nada es ser un careta y en este país sobran. Soy hijo de docente, escuché un montón de cosas en mi infancia que me marcaron para siempre. Me crié con una abuela peronista y con otra radical, en ese cocoliche crecí. No puedo olvidarlo. Quizás le dieron más o menos trascendencia, pero no se puede dejar de tocar estos temas porque faltan aparecer todavía un montón de chicos, buscamos nietos. Y no importa el número. No soy tibio, puedo no hablarte más porque pensamos distinto, pero no por eso destratarte, maltratarte o insultarte.

—¿Cuando aparece el desafío del unipersonal?

—Le cuento lo que siento a Mey (Scápola), porque es mi amiga, mi hermana y es ella quien me dice: tenés que hacer un unipersonal. Escribo, pero no soy dramaturgo, pero sé lo que quiero transmitir. Había algo en el que todos coincidimos; no podíamos tener miedo de contar miserias. Ellas no le son ajenas a nadie y el que dice que le son ajenas te está mintiendo. Buscamos una profesión y como conozco tanto a los boxeadores, porque me formé y me crié en el boxeo, Sé que el boxeador tiene un lado animal tan tierno y humano que no hay mejor persona en el mundo, sobre todo por sus orígenes. La mayoría viene de lugares muy crudos. Son seres nobles a tal punto que es un deporte que se dirime a puños, suena la campana, se abrazan y se besan. La gente no sabe, pero comparten vestuario, se bañan y se cambian juntos. La rivalidad es sólo en el deporte. Estoy seguro que cuando suena la campana los dos quieren que termine. Por eso les propuse a los autores (Patricio Abadi y Nacho Ciatti) vamos a apostar por esa nobleza.

—¿Y el título “Caer (y levantarse”)?

—El título es mío. Tengo fundamentos de sobra. Todos nos hemos caído y nos hemos levantado en la vida. El que dice que no, es un privilegiado. Desamores, engaños, frustraciones y cosas que salieron mal. Lo que vos quieras. Te quedás solo siempre, mano a mano, en algún momento, por más que tengas una familia e hijos. Estoy convencido que caer y levantarse tiene que ver con uno mismo. El mensaje final me parece mucho más importante que cualquier miseria que pueda haber contado. Me cuesta hacer la obra, porque me emociona mucho, me interpela, quizás porque fui gestor desde el vamos, o porque le metí varios condimentos míos como Mar del Plata, que es mi ciudad. Cuando decido hacer un unipersonal voy a ver todos los que puedo, así: El brote con Roberto Peloni y Yo, Encarnación Ezcurra con Lorena Vega y pensé debo dejar la profesión. Me asusté. Gracias a Mey comprendí que no tenían que ver con mi propuesta. Es la primera vez que trabajo para la gente, sin cuarta pared, otro desafío. Como decía Ringo Bonavena aquí te sacan el banquito y estás solo. Estrené directamente en Mar Plata con noventa personas mirándome, porque era la capacidad que había en la sala. Este unipersonal me hizo muy bien y Sansón en las islas me dio un ejercicio de entrenamiento, de ensayo que no tenía hace años.

—¿Te esperabas tantas críticas elogiosas?

—Cuando cambié todo fue porque buscaba las críticas. Pensé que un actor extremadamente popular como soy, con treinta y cuatro años de trabajos debía jugarse con un unipersonal y venir a la Sala Casacuberta con una obra de Gonzalo Demaría, pero era un riesgo enorme. Nunca fui de quedarme y me estaba quedando. Me perdía un montón de cosas que no me gustaban y veía que colegas míos crecían y avanzaban. Era el estar cómodo, el no animarme por temor. Decidí hacer todo esto para las críticas. Busqué que me critiquen como actor.

—¿En algún momento te sentiste subestimado?

—Subestimado no, porque el respeto de mis colegas y de la gente siempre lo sentí. Pero estaba seguro que necesitaba hacer algo realmente distinto, un pasito más, una evolución y superación. Fui por el riesgo, para no quedarme en la comodidad.

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